Ojos abiertos de par en par

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Era tanta la presión por lo de adentro, lo de afuera, y por lo del más allá, que se repetía constantemente yo estaba mejor enganchado. Tenía una vida de mierda pero al menos salía a la calle, y aunque todo el mundo lo despreciara, la heroína era como un remanso de paz. Le apartaba del dolor, del dolor de su mirada, de la de los demás. Los que sufrían eran sus padres, la llaga en el pecho y el cansancio mental que padecían. Él  procuraba que no le faltara el caballo. Pasaron los años y seguía en las andadas hasta que se cansó de la vida que llevaba. Ya nadie lo tomaba en serio. Se ponía las manos en la cara y se decía yo quiero vivir así, así, así, pero viéndolo todo, sin perderme detalle, y reírme del mundo, como cuando el mundo se ríe de él. Ser como el aire. Ser transparente, como el celofán que es traslúcido y nunca opaco, o si fuese opaco, que fuera como cuando era niño, oculto e inocente, pero tontuelo y puro, como los poetas niños. Todos los caminos le conducían hacia su niñez. Una vida desperdiciada. Una vida de excesos que carecían por entero de las ideas que él tenía acerca de la nueva vida que ya llevaba tiempo sosteniendo. Sí, porque él se sostenía. Ni podía gritar de rabia ni rabiar por quienes le gritaban. La gente te juzga a su conveniencia. Un día es todo silencio, y otros, los más comunes, son puro ruido de motores y gritos, de terrorismo psicológico. Para él esta vida no le compensaba. Era un ciego, sí, pero veía tal vez más de la cuenta. Demasiado. Era un desgraciado pero tenía buen corazón y eso, solamente eso, lo hacía vulnerable.

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