Los vestigios del sábado noche

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Todo era una gran hoguera en nuestros corazones, en aquellos años de 1992. Éramos un preludio de los años más aciagos. Los vestigios de mi sábado noche se me han ido para siempre. Ya no saboreo la carne joven de las mujeres ahora madres de hijos adolescentes. Entre los vestigios del sábado noche se me quedó el corazón parado como un reloj. Parece que ya no le importamos a nadie, y estamos solos con la embriaguez del futuro y con menos piezas dentales. Ya no nos quieren besar en la boca porque somos herederos de los recuerdos vivos de nuestros abuelos fallecidos. Caminamos borrachos con la sed y la lengua enardecida de tanto alcohol y amigos derrochados. Algunos murieron, y nosotros también morimos un poco. En los sábados noche está la nostalgia en algún rincón de nuestra memoria, e intentamos revivirla con pedazos de vida plena. Pero lloramos en el arrojo gris de las orfandades. La multitud de jóvenes nos lleva al recuerdo como aguarrás que se evapora. Hemos prendido cientos de hogueras en la noche de los cerrojos. Hemos pisado el acelerador con el vino eterno de los sueños que se esfuman cuando despertamos. Damos la contraria a la invisibilidad del viento frío de enero. Yo ahora me he convertido en un despojo inútil de lo que fui. Seremos pálidas estatuas entre la sequedad de los sollozos. Partiremos hacia la libertad, de un momento a otro. Ya no somos tan valientes. Afloramos la nostalgia siempre viva. De los sábados noche que jamás daremos por perdidos.

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